Pelirroja. Latex negro ceñido a su piel. Labios rojo carmín
intenso. Sus botas hacen ruido al caminar. Se adentra en el lugar abriéndose paso
entre los que llegaron antes sin importarle quien esté.
Diana la siente llegar desde el otro lado del bar. Recorre
su espalda un escalofrío que sólo Tania puede provocarle. Cae de su mano la
botana que sostiene al recordar esos dientes clavándose en su piel al punto de
romperla; los latigazos que le han dejado impresos en la espalda esas manos tan
suaves que no pensarías que tienen tanta fuerza.
Tania se acerca y desde el otro salón le habla:
-¡Diana! Ya te vi.
Con esa mirada amenazante le grita:
-Te voy a coger. Lo sabes, Diana. ¡Te voy a coger!
De su mirada brota miedo. Torpemente sacude los restos de
botana que su playera de tirantes negra y rota tiene. No le gusta verla sucia. Deja
la cerveza que ese chico que la miraba desde hace rato le invitó, a punto de
caerse de la mesa y corre al lado de su ama, obediente.
Tania la toma dulcemente por las mejillas. Le besa la frente
y le acomoda la desgarrada camisa de franela color mostaza que apenas cubre sus
hombros, esa tela que cae a sus costados y con la juega mientras camina dando
saltos por el bar como la niña de 8 años que piensa que aun es.
Adora cuando la besa porque siente sus tersas manos y sus caricias
y es ahí cuando sabe que la ama.
Detrás, un chico rapado, pantalones de cuero y chaleco a
juego mira a Tania. Se moja los labios y ella camina hacia él olvidando a Diana
quien sostiene su mano aún en su mejilla hasta que Tania se aleja.
Los dos se pierden en el fondo del bar mientras caminan
enredados por sus lenguas en ese beso húmedo y salvaje que le saca una lágrima a
Diana al ser testigo.
Se sienta en el escalón donde la dejó, una vez más. Sus prominentes
pechos se asoman en el escote que se hace más evidente al poner sus manos en la
frente ocultando más de una lágrima. Sus carnosos labios se humedecen de a poco
y su inocente sonrisa se desdibuja de sus labios. Su camisa de franela color
mostaza se ensucia con las pisadas de quienes sin verla suben las escaleras al
baño, a los cuartos, a la bodega.
En el bar la conocen bien. La pequeña que quedó huérfana después
del incendio en su casa. Sin familiares ni ayuda, su vecina unos años mayor la
acogió en su casa. Se amaban. Pero de una forma en que la sociedad jamás
entendería.
Diana jamás se recuperó del incendio. Pero volcó en Tania
todo lo que sentía: miedo, amor, inseguridad, cariño.
La primera vez Tania fue dulce. Al cumplir los 16 la lluvia era
intensa. Diana se escabulló fuera de la casa. Le urgía sentir esas enormes
gotas en su piel. Al mirar a la ventana Tania salió a buscarla y la arrastró dentro.
Forcejeando entre el agua y los muebles ambas cayeron al piso. Sus labios se
rozaron. Diana se quedó paralizada. Tania la miró con esos ojos que desde hacía
unos años le reservaba a la ya crecida niña. La besó, lento. Diana respondió y
el beso se alargó. Sus respiraciones se agitaban cada vez más. Tania comenzó a
besarle el cuello y a quitarle la mojada blusa que comenzaba a estorbar el
camino de sus manos. Sus labios bajaron a sus pechos, Diana se contorsionaba
ante las sensaciones. El top que aun la cubría quedó de lado y al sentir la húmeda
lengua recorriendo sus pezones Diana soltó un leve gemido. Tania abrió el
cierre de su pantalón y con un dedo comenzó a jugar con sus labios hasta que comenzó
a penetrarla mientras continuaba besándola apretando los ojos como si estuviera
profanando un tesoro sagrado. Después de un rato Diana se sumió en una
sensación desconocida para ella. Soltó un grito ahogado y la abrazó. Tania se
tendió junto de ella y ambas se quedaron dormidas.
Las siguientes veces Tania fue más dura con ella. Comenzó a
gritarle, a morderla, a amarrarla, a marcarla. El dolor era claro para Diana
pero la amaba. Y ahí permaneció.
Un chico la ayuda a levantarse. Se seca las lágrimas que se
empeña en esconder. La jala a una esquina y platica con ella. Diana no confía
en los hombres. Tania llevaba a muchos a la casa. Todos terminaban haciéndola llorar,
llevándose el dinero, la tele, el dvd. – ¡Son unos cerdos!, le oía decir.
Ahora sin chaleco el rapado regresa al bar subiéndose el
cierre del pantalón. Detrás y acomodándose el cabello y la blusa, Tania mira
entre la gente. El rojo intenso de sus labios ahora es una sombra alrededor de
ellos. Pasa su dedo alrededor, como limpiándose. Toma una cerveza de alguna
mesa, da un sorbo y la deja de nuevo.
Localiza a Diana. Ella siente su mirada a lo lejos. Mira al
joven que le habla animoso, ella no lo escucha; sólo lo mira. Cuando se sabe
descubierta deja la cerveza en la barra y corre al escalón donde debió
permanecer. Llega y se deja caer al momento en que Tania la levanta del collar
de cuero.
Con una lágrima iniciando su camino hacia afuera y una ligera
sonrisa asomándose en sus labios, Diana es arrastrada por el cuello desde el
fondo del bar hacia la salida hasta perderse en la sombra de la noche.