Nunca he pertenecido. Pasé mucho tiempo sin hallar mi lugar.
Al crecer, la vida me dio la fortuna de encontrarme con más como yo, los relegados,
los diferentes. Aún ellos habían encontrado ya a estas alturas su camino. Yo seguía
perdida. El asesinato de una compañera de trabajo tuvo que ser lo que me
sacudiera lo suficiente como para saber dónde tenía que estar.
El pasado domingo, al empezar a caminar en la manifestación
en donde compañeros reporteros, fotógrafos, camarógrafos, editorialistas,
enlaces de prensa y muchas de las personas que entrevistamos en el trabajo
diario exigimos justicia para este crimen, simplemente lo supe.
Soy reportera desde hace apenas un año. Casi 3 años antes
miraba la información desde la “segura” trinchera de la edición, pero el
trabajo de escritorio me consumía mientras miraba pasar los hechos diarios a
través de una ventana que no eran mis ojos.
Ahora estoy en la línea de fuego, en el campo de batalla
donde a diario hablo de lo que observo en la calle, de lo que piensa la gente,
de lo que hacen los políticos en el estado, de las acciones del gobierno
estatal y las inmediatas en el municipal. Hubo quien me describió, de la manera
más decente que pudo, como “nada institucional”, término que en esas
circunstancias es totalmente cierto y es sello de mi trabajo.
Regina Martínez, quien fuera corresponsal de la revista
Proceso, fue asesinada el pasado sábado en su casa, cerca del barrio de El
Dique. El móvil que el gobierno del estado está manejando es que fue un robo, otra
de las teorías es que fue un crimen pasional. Los directivos del semanario para
el cual trabajara Regina se reunieron con el gobernador del estado, Javier Duarte
de Ochoa. Al salir de la reunión afirmaron que no creen en las líneas de
investigación de la Procuraduría de Justicia de Veracruz.
Al firmar las notas, salir a cuadro y prestar la voz no hay
manera de esconderse.
Caminar con el micrófono de la agencia de información para
la que trabajo y con mis pasos exigir justicia y mostrar mi descontento ante el
asesinato de una compañera, sentí que pertenecía. Sólo por hacer lo correcto. En
una columna leí que a Regina la mataron los pseudoperiodistas que trafican con
la información y caen en el juego del poder. Yo lo creo también, porque somos
pocos los que ejercemos esta profesión y que no tenemos precio.
Gracias Regina, por las lecciones a los que te conocieron y
a los que empezábamos a conocerte.
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