Después de ésta, la luna en Coatepec se escondió y no volvió a salir ... |
Ella lo mira desde arriba. Lo sigue mientras sube las
escaleras, lo alumbra mientras mete la llave en la cerradura de su cueva y lo
mira entrar. Espera que dirija su mirada a lo alto del cielo para contemplarla,
pero como en los últimos días después de la estresante jornada laboral él sólo
quiere descansar. Tras él cierra la puerta y ella permanece afuera.
Por la ventana, entre las cortinas logra observar cómo
prende el estéreo. El álbum blanco de los Beatles suena en las bocinas mientras
él saca de debajo de su cama una caja de zapatos y forja un cigarro con un poco
de marihuana que logra juntar en el recipiente que alguna vez estuvo casi
lleno.
Enciende el imperfecto cigarro, se tiende en la cama y mira
el humo dispersarse encima de él luego de formar las figuras de sus
pensamientos, como ilustrándolos, cual si se trataran de historietas.
Ha olvidado cerrar bien la puerta y ella mira curiosa la
construcción de sus pensamientos que gracias a la hierba se han vuelto
gráficos, tecnicolores, como aquella película del grupo que aún suena en las
bocinas, en donde todos viven dentro de un submarino amarillo.
Después de un rato de reconstruir con piezas de humo el
transcurso del día, con el recuerdo del micrófono en la mano y la pregunta en
los labios, sus párpados pesados se cierran.
La luna lo observa enternecida adivinando la fuerza de su
mirada a través de sus párpados cerrados recordando la rudeza de esos luceros
nocturnos. Completa el cuadro con su perfil, sus marcados pómulos y esos labios
de donde tantas veces salió aquella melodía sólo para ella. Su misterio
transformado en algunos acordes de guitarra que sus dedos reproducían para
ella. La luna guarda su misterio para la próxima noche mientras él se sume en
el descanso, donde, secretamente, sueña con esa luna que todavía lo mira
dormir.
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