Hoy se apareció el fantasma de aquel que una vez fuiste.
Y pude admirar de nuevo tu pelo contenido por una negra liga
con tus rizos saliendo de ella.
Tus jeans deslavados y arrastrando el polvo de las calles
que tus pasos andaban por las colinas de la ciudad.
Tu inconfundible saco negro que aún con el sol colgaba sobre
tu espalda con un orgullo contradictorio por admirar y detestar su procedencia.
Y tu arma de toda batalla. Esa Julieta, la pieza de madera
que celosamente se resguardaba en la eterna funda negra que su bolsa frontal
servía igual para guardar la lectura actual de filosofía o historia, que los
acordes de la canción que memorizabas con obsesionada atención en ese momento o
las del repertorio obligado por tocar en el café o sólo en las fiestas de los
amigos.
Al ver ese fantasma, mil mariposas irrumpieron en vuelo
dentro de mi estómago. Y al mismo tiempo, la tranquilidad reconfortante de
saberte frente a mí, como siempre. Después de admirarte así, de espaldas, de
lejos; sorprendida y por supuesto sin hablarte hasta comprobar mi fantasía
debido a que esa posibilidad rayaba en lo imposible; la realidad devolvió a mis
ojos una definida cara ajena a la tuya.
Las mariposas en mi estomago regresaron a su previa
pasividad y la tranquilidad de haberte tenido enfrente, aunque sea sólo en mi
mente, permaneció floreciendo en una sonrisa de mis labios que ya conoces de
memoria.
Debo informarte que sigo esperando encontrarme de nuevo con
tus ojos. Porque sé que en ese momento nada quedará por decir. Porque sé que las
almas que ahí se asoman aún se reconocen; y los cuerpos que portan esos ojos,
maduros por el paso del tiempo, dejarán de ser un obstáculo para componer esos
recuerdos de otras vidas y que la historia se cumpla con el final feliz que
debió tener hace siglos a pesar de las circunstancias.
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