El silencio se abre aplastante en ese universo dentro de mí.
Donde creo y te recreo cuando te me antojas. Donde coloco los pasos que he
andado, de los que me acuerdo. Los que no sé que están pero se asoman desde sus
ventanas para gritarme en un resoplo de consciencia dormida que están o
estarán.
De la página en blanco nacen delgadas líneas que comienzan a
curvearse en la hoja. Suben, se doblan, crecen y se enredan. Se tocan, se
juegan; se juntan y se mezclan. Cambian de color. Brillan. Se engrosan. Les salen
ramitas, hojas, frutos. Mueren y dan vida.
A la nube llegan historias, frases, algunas verdades opinadas
bajo el parcial lente del tecladista. El universo dentro de una azotea riega a
chorritos su contenido. Cuando siente ganas vomita sus recuerdos. De vez en
cuando llora su realidad y otras veces grita lo inconforme.
El vaivén de las teclas suena cada noche a las 10 y resulta
el comienzo de la vida. La creación. El futuro, su continuidad, su perpetuidad…
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