14 mar 2013

Reasons


Harta de no entender tus porqués.
De sujetar mi estómago a tu sonrisa.
De buscar tu mirada y no encontrarla.
De pensar que de nuevo caí en el juego de una mentira bien inventada,
que en realidad era esa nada de la que suelo estar alejada.
Cansada de que la cabeza me duela sin razón,
sabiendo que la razón es no soltarte aún.
Cansada del frío y la falta de café.
De la neblina y la falta de cigarro.
De que los dulces en mis ojos sólo duelan y no pasen como antes.

11 mar 2013

Pertenencias


Pelirroja. Latex negro ceñido a su piel. Labios rojo carmín intenso. Sus botas hacen ruido al caminar. Se adentra en el lugar abriéndose paso entre los que llegaron antes sin importarle quien esté.
Diana la siente llegar desde el otro lado del bar. Recorre su espalda un escalofrío que sólo Tania puede provocarle. Cae de su mano la botana que sostiene al recordar esos dientes clavándose en su piel al punto de romperla; los latigazos que le han dejado impresos en la espalda esas manos tan suaves que no pensarías que tienen tanta fuerza.
Tania se acerca y desde el otro salón le habla:
-¡Diana! Ya te vi.
Con esa mirada amenazante le grita:
-Te voy a coger. Lo sabes, Diana. ¡Te voy a coger!
De su mirada brota miedo. Torpemente sacude los restos de botana que su playera de tirantes negra y rota tiene. No le gusta verla sucia. Deja la cerveza que ese chico que la miraba desde hace rato le invitó, a punto de caerse de la mesa y corre al lado de su ama, obediente.
Tania la toma dulcemente por las mejillas. Le besa la frente y le acomoda la desgarrada camisa de franela color mostaza que apenas cubre sus hombros, esa tela que cae a sus costados y con la juega mientras camina dando saltos por el bar como la niña de 8 años que piensa que aun es.
Adora cuando la besa porque siente sus tersas manos y sus caricias y es ahí cuando sabe que la ama.
Detrás, un chico rapado, pantalones de cuero y chaleco a juego mira a Tania. Se moja los labios y ella camina hacia él olvidando a Diana quien sostiene su mano aún en su mejilla hasta que Tania se aleja.
Los dos se pierden en el fondo del bar mientras caminan enredados por sus lenguas en ese beso húmedo y salvaje que le saca una lágrima a Diana al ser testigo.
Se sienta en el escalón donde la dejó, una vez más. Sus prominentes pechos se asoman en el escote que se hace más evidente al poner sus manos en la frente ocultando más de una lágrima. Sus carnosos labios se humedecen de a poco y su inocente sonrisa se desdibuja de sus labios. Su camisa de franela color mostaza se ensucia con las pisadas de quienes sin verla suben las escaleras al baño, a los cuartos, a la bodega.
En el bar la conocen bien. La pequeña que quedó huérfana después del incendio en su casa. Sin familiares ni ayuda, su vecina unos años mayor la acogió en su casa. Se amaban. Pero de una forma en que la sociedad jamás entendería.
Diana jamás se recuperó del incendio. Pero volcó en Tania todo lo que sentía: miedo, amor, inseguridad, cariño.
La primera vez Tania fue dulce. Al cumplir los 16 la lluvia era intensa. Diana se escabulló fuera de la casa. Le urgía sentir esas enormes gotas en su piel. Al mirar a la ventana Tania salió a buscarla y la arrastró dentro. Forcejeando entre el agua y los muebles ambas cayeron al piso. Sus labios se rozaron. Diana se quedó paralizada. Tania la miró con esos ojos que desde hacía unos años le reservaba a la ya crecida niña. La besó, lento. Diana respondió y el beso se alargó. Sus respiraciones se agitaban cada vez más. Tania comenzó a besarle el cuello y a quitarle la mojada blusa que comenzaba a estorbar el camino de sus manos. Sus labios bajaron a sus pechos, Diana se contorsionaba ante las sensaciones. El top que aun la cubría quedó de lado y al sentir la húmeda lengua recorriendo sus pezones Diana soltó un leve gemido. Tania abrió el cierre de su pantalón y con un dedo comenzó a jugar con sus labios hasta que comenzó a penetrarla mientras continuaba besándola apretando los ojos como si estuviera profanando un tesoro sagrado. Después de un rato Diana se sumió en una sensación desconocida para ella. Soltó un grito ahogado y la abrazó. Tania se tendió junto de ella y ambas se quedaron dormidas.
Las siguientes veces Tania fue más dura con ella. Comenzó a gritarle, a morderla, a amarrarla, a marcarla. El dolor era claro para Diana pero la amaba. Y ahí permaneció.

Un chico la ayuda a levantarse. Se seca las lágrimas que se empeña en esconder. La jala a una esquina y platica con ella. Diana no confía en los hombres. Tania llevaba a muchos a la casa. Todos terminaban haciéndola llorar, llevándose el dinero, la tele, el dvd. – ¡Son unos cerdos!, le oía decir.
Ahora sin chaleco el rapado regresa al bar subiéndose el cierre del pantalón. Detrás y acomodándose el cabello y la blusa, Tania mira entre la gente. El rojo intenso de sus labios ahora es una sombra alrededor de ellos. Pasa su dedo alrededor, como limpiándose. Toma una cerveza de alguna mesa, da un sorbo y la deja de nuevo.
Localiza a Diana. Ella siente su mirada a lo lejos. Mira al joven que le habla animoso, ella no lo escucha; sólo lo mira. Cuando se sabe descubierta deja la cerveza en la barra y corre al escalón donde debió permanecer. Llega y se deja caer al momento en que Tania la levanta del collar de cuero.
Con una lágrima iniciando su camino hacia afuera y una ligera sonrisa asomándose en sus labios, Diana es arrastrada por el cuello desde el fondo del bar hacia la salida hasta perderse en la sombra de la noche.