6 jul 2013

Asesinato

Soy mi propio asesino. Déjame ser el tuyo.
Te propongo matarte los miedos y que asesines a puñaladas mi deseo.
Elimina de una vez las ansias de mi piel y hazlo con la tuya.
Ven, que quemaré hasta las cenizas con mi instinto todos tus temores para juntos renacer de ellas.
Tírate al abismo tomado de mi mano y siente mi sangre muriendo escurrir por entre tus dedos. Observa mientras se junta con la tuya en su agonía y luego desaparecen juntas.
Olvídate del mundo y volemos desde el inframundo hasta los cielos en segundos por el camino de la piel.
Niégame este placer y moriré al instante.
Ataré mis deseos a la estatua de marmol del jardín de laberinto antes del amanecer para que no los encuentres. Y que el sol con sus rayos los evapore cual piel de vampiro, para que no vuelvan más.
Mira dentro de mis ojos. Observa los tuyos. Ambos arden al reflejarase. Acercate más e incendiemonos juntos. Ya.

2 jul 2013

A tu corazón:

"Tus recuerdos entre el azul de mis sábanas, muy a mi pesar, escurren al piso arrastrados por la corriente de mis lágrimas que caen al escuchar tu adiós.

Tus ojos, con una gota asomando, miran al horizonte
como perdido, como tratando de convencerte,
a eso que vive dentro de ti y te dice qué hacer, que correr es lo mejor.

A lo lejos escucho el grito ahogado de mi alma pidiendo que te quedes.
Exigiendo alargar las horas de tus abrazos, tus besos, tus risas.
Pero no es suficiente y mi alma mira tu sombra alejarse de mi; convenciéndote de que es lo mejor.
Te miro desaparecer en el horizonte mientras vuelvo a maldecir mi lengua mordaz. La misma que intentó desde un principio endulzarte el corazón. La misma que pensó que podría repararte y hacerte olvidar el dolor innecesario.
Igual que mi corazón, que intentó llenarte de nuevos recuerdos para que atesoraras, y adornaran el tuyo.

Ahora que ya no distingo tu silueta en el horizonte te ofrezco la disculpa que no me permitiste entregar. La completa. La del corazón. Con la que te digo todos los hubieras que comenzaban a asomarse para ti.
Con la que me rompo la cabeza y el alma al saberme derrotada por mi propia mano. Por no haber podido anteponer tu cariño a mi gran yo".


Él levantó la mirada del papel al oír un fuerte estruendo.
El disparo se escuchó arriba. La llamó a gritos. Corrió a su recamara. No la encontró. Llegó a zancadas al baño. El olor de la pólvora se desvanecía poco a poco en el ambiente.
En la tina comenzaba a encharcarse la sangre que escurría de su boca y su nuca. Con la pistola aún en su pecho, sus brazos caían inertes en su cuerpo que comenzaba a enfriarse rápidamente; como si la vida se le hubiera ido antes de detonar el arma.