12 nov 2020

Segundo mes...

 Mi bebé cumple hoy dos meses. Me despertó pidiendo lechita. Lo acerqué a mí y acostados, comenzó a tomar. Le acaricié su pelito, su cabecita. Cada vez que lo hago, recuerdo la primera vez que lo hice... Eran las 9:45 de la mañana del 11 de septiembre de este año dos mil veinte (2020). Iza, nuestra partera, me animaba a seguir. -Ya está aquí, estoy viendo su cabecita! Quieres sentirla?-

No lo dudé. Estaba parada, recargada en la cuna con la pierna arriba de mi cama. Como pude, me doblé para sentir su cabecita saliendo de mí. La sentí húmeda, tibia. Sentí su cabello, sus huesitos.

Es mi segundo parto, uno ya sabe que los huesos de la cabeza de un bebé se sobreponen para hacer su cabeza más angosta y que pueda pasar por el canal de parto. Pero una cosa es leerlo, que te lo expliquen, que tu cerebro lo entienda. Y otra cosa es sentirlo. Sentí los huesitos de su cabeza superpuestos, listos para terminar de salir. Para nacer y respirar esa bocanada del primer aire limpio que respiró en su casa, junto a su papá, saliendo de mamá.

Kairós nació un viernes. Desde que nos enteramos que estábamos esperándolo, supe que quería que este embarazo y sobre todo, este parto, fuera diferente al anterior. Arael, mi hijo, el mayor, nació en el Hospital Regional de Veracruz, en donde recibí un alto nivel de violencia obstétrica desde el primer momento en el que entré. 

En este 2020 en el cual, desde los primeros meses del año fuimos obligados a cambiar la forma en que vivíamos, y durante todo el año hemos tenido que transformar nuestras rutinas, hábitos y formas de vida, no me emocionaba nada parir en un hospital. Desde mi primer embarazo había querido tener una partera conmigo para el nacimiento de mi hijo; así que tratamos por todos los medios, que una partera me asistiera el día del nacimiento. 

Debo confesar que usé de pretexto la pandemia para comentarle a mucha gente que quería una partera.

Es ridículo que a estas alturas de la vida de la humanidad, se siga satanizando tanto algo tan natural como el parto fuera del hospital y con una partera. Tuvo que pasar una pandemia tipo la peste, para que algunas otras mujeres, y algunas con miedo, debo decirlo, pensaran en la posibilidad de buscar una partera como una verdadera opción para su parto. 

En mi caso hubo mucha gente a la que no le gustó mi idea. Mis papás, incluso, tenían muchas reservas al respecto; y creo que mi abuela hasta se sintió orgullosa de mí. Ahora tengo un trabajo que me brinda seguridad social, así que dentro del pretexto de la pandemia podía decir que en caso de que hubiera alguna complicación, podría ir a un hospital. Lo cual era algo que a toda costa intenté evitar. Pero como ya había oído mucho ese discurso (desde su miedo, debo decirlo) también quise evitar el estar explicando mis razones y sobre todo, mi felicidad al respecto. 

Cuando comencé a buscar parteras no localicé a muchas que estuvieran cerca de mi ciudad, y otras me dijeron que sólo asistian partos en su domicilio, en otro municipio. Recuerdo que en mi parto anterior iba muy incómoda en el carro con las contracciones, camino al hospital, así que salir a carretera no me pareció una opción.

Desde la primera búsqueda que realicé, el nombre de Iza se repitió miles de veces. A mí me gusta tener diferentes opciones, así que quise buscar algunos otros contactos además del de Iza.

Por la mitad de mi embarazo, una amiga muy querida, Magaly, me compartió un artículo de otra chica que había tenido a su bebé en plena pandemia, con todo el sistema en su contra, con una partera y en casa. Se trataba de Iza. Para mí fue como una señal y desde entonces me decidí por buscarla a ella.

Hablamos un par de veces pero yo seguía dudando que fuera posible debido a que con la incapacidad, mi ingreso se había reducido a menos de la mitad. Mi esposo se quedó sin trabajo casi desde que empezó la pandemia y no había encontrado trabajo, por lo que la situación económica era bastante complicada.

Para la mitad del embarazo, estaba a punto de perder la esperanza de, no sólo tener a mi hijo en casa y con ayuda de una partera. Un día, Magaly me escribió. Me dijo que había platicado mi situación con otros amigos y habían decidido aportar cada uno algo de dinero para contribuir a pagar por el parto. El día que Magaly me lo dijo, lloré. Así como lloré cada vez que recibía el mensaje de uno de ellos. Mis amigos me dieron una gran lección y gracias a ellos, mi hijo pudo nacer en casa y lleno de amor de personas que tiene mucho que no veo. En mi cabeza no cabía una posibilidad así y con este gesto enorme para mí y m familia, mis amigos rompieron una estructura muy arraigada en mi cabeza.

Con este empujoncito, nos fuimos con todo para preparar el parto en casa. Íbamos de a poquito porque a veces sólo nos alcanzaba para lo básico y teníamos que esperar a la quincena para ir comprando lo que Iza nos había pedido que tuviéramos disponible.

El jueves, m esposo y yo nos dormimos tarde hablando de los niños, de lo que pensábamos de este embarazo y de que dentro de poco, Kairós llegaría a nuestras vidas. El viernes cumpliría las 40 semanas y como no daba señales de iniciar el trabajo de parto, hicimos planes para, justo el viernes, ir a comprar las cosas que nos faltaban.

Recuerdo que en la madrugada quería levantarme al baño pero estaba tan cansada que me volví a quedar dormida. Cuando mi cuerpo hizo concencia de que no me había podido parar, me volví a despertar. Me senté en la cama y la sentí mojada. Desperté a mi esposo. Como que aún no estaba bien despierta y no entendía bien qué había pasado. Me paré y seguía goteando. Fui al baño y salió aún más líquido. Me bañé y ya con un poco más de conciencia entendí que había roto fuente.

Arael duerme en la misma recámara con nosotros, así que mi esposo cambió las sábanas de la cama casi a oscuras. Salimos a la sala y grabamos un pequeño video para Kairós con las últimas imágenes de él adentro de mamá.

Con el tiempo, las contracciones se fueron haciendo más fuertes. Estábamos cansados y al menos mi esposo pudo dormir un poco. A las 5 de la mañana decidimos llamarle a Iza para avisarle y aunque ella me decía que durmiera, las contracciones no me dejaban.

Amaneció y Arael tenía clases virtuales. Lo desperté y le expliqué que su hermanito ya iba a nacer pero que él tenía que tomar su clase y que los abuelos lo iban a ayudar. Se arregló y mis papás pasaron por él como a las 8. Estaba muy emocionado. Llevaba una semana diciéndole a su maestra que estaba feliz porque su hermano ya iba a nacer.

Pasadas las 9, sentía las contracciones muy fuertes. Pasaba de la sala a la recámara, al baño, al pasillo, la barra. Ya no me acomodaba en ningún lugar. Por fin pude acomodarme mejor recargándome en la cuna, que sería su camita, junto a mi cama.

Llevaba ya unas horas de trabajo de parto, estaba cansada, no había dormido casi nada. Tenía sueño, hambre; una combinación no muy buena para mí. (Siempre me pongo de malas). Había vomitado ya tres veces, además de las contracciones ya muy fuertes.

Iza venía en camino y yo ya no aguantaba. Por un segundo pasó por mi mente irme a un hospital y pedir una cesárea, pero (de alguna forma) me puse a pensar en que podría soportar un rato más de dolor para que mi hijo pudiera completar la misión de nacer. Lo cual le traería (a él y a mí) muchos beneficios (además de todos los contras que ya había establecido durante todo el embarazo para no ir a un hospital). Afortunadamente, ya había hablado de esto con mi esposo y lo oblgué a prometerme que no importara lo que dijera, no me llevaría, por nada del mundo, a un hospital (sería algo de lo que me arrepentiría por el resto de mi vida!)

Justo cuando pensaba esto, vino la siguiente contracción y sonó el timbre. Era Iza. Mi esposo salió a abrirle y los oí entrar a la recámara cuando estaba por terminar la contracción. Iza me decía que me movera, que me tenía que revisar. Yo ya no podía moverme sola. Estaba como ida. No sabía qué había a mi alrededor. Después Iza me dijo que al verme, supo que "ya me había ido a por mi bebé". Ya no estaba ahí.

Esa contracción fue diferente para mí. Sentí como que algo se abría dentro de mí, no sólo en mi cuerpo, y me dediqué a hacer todo mi esfuerzo para ayudarle a mi hijo a nacer. Iza seguía diciéndome que me moviera para revisarme. Le dije que no podía moverme y entre ella y mi esposo me ayudaron para subirme a la cama y recargar mi cuerpo en mi pelota de pilates. Iza vio la cabecita de Kairós que comenzaba a salir y me animó a tocarla. Cuando la sentí en mis dedos, supe que pronto pasaría todo el dolor y tendría a mi bebé en mis brazos.

Iza me dirigía y yo intentaba hacer lo que me decía. Oía la voz de mi esposo animándome a seguir, diciéndome que nuestro bebé ya casi estaba con nosotros. Después de unos minutos, escuché su llanto. Como pude, quité la pelota y me acosté en la cama para abrazar a mi bebé. Estaba tan feliz de que todo hubiera acabado y de por fin tenerlo conmigo. Mi bebé había nacido. Cuando Iza me dijo que faltaba que naciera la placenta, pensé, claro, tiene que salir. No pensé que literal, sería otro nacimiento. Ya con mi bebé en brazos y con Iza encargándose de todo lo demás, nació también la placenta de Kairós.

Le di pecho justo como había imaginado. Recién nacido, unido a su placenta, en casa, junto a su papá. Su hermano llegó a conocerlo aún con el cordón umbilical unido a su placenta y pudo ver y tocar todo lo que le estuve explicando durante todo el embarazo de la manera más natural.

El cordón lo separamos con el fueguito de una vela y pude tomar un batido con un poco de la placenta para recuperar parte de sus nutrientes. Mariana, la asistente de Iza, me ayudó para recordar la mejor forma de darle el pecho a Kairós y sobre el uso de los aceites esenciales durante la cuarentena. Entre las dos me ayudaron a consolidar mi deseo de traer a mi bebé de mi vientre, al vientre de nuestra casa y nuestra familia, ayudados y rodeados del amor de muchos corazones. 


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